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La pobre señorita Finch


A LA SEÑORA ELLIOT, esposa del Deán de Bristol

¿Me hará usted el honor de aceptar la dedicatoria de este libro en recuerdo de nuestra amistad, ininterrumpida durante tantos años?

No son pocas las encantadoras muchachas ciegas que tanto en las obras de ficción como en las obras dramáticas han sido antecesoras de La Pobre señorita Finch. Sin embargo, por lo que yo alcanzo a saber, en todos esos casos de forma más o menos exclusiva se ha exhibido la ceguera desde un punto de vista ideal y sentimental. El intento que aquí se ha llevado a cabo consiste en apelar a un interés de muy distinta especie, ya que se trata de exhibir la ceguera tal como es en realidad. He puesto el debido cuidado en recopilar la información necesaria para llevar a cabo este propósito, y me he informado por medio de las autoridades más competentes, autoridades de distintas clases. Cada vez que «Lucilla» actúa o habla en estas páginas y hace referencia a su ceguera, actúa y habla como han actuado o han hablado antes que ella las personas aquejadas por su misma dolencia. Del resto de los rasgos que he añadido para producir un interés sostenido a lo largo de estas páginas, en todo lo referente al personaje central de mi novela, no es a mí a quien corresponde hablar. Han de ser mis lectores quienes digan si «Lucilla» ha encontrado el camino de sus .simpatías. En este personaje, y. también de manera muy especial en los personajes de «Nugent Dubourg» y «madame Pratolungo», he tratado de presentar la naturaleza humana con todas las incoherencias que le son inherentes, con sus contradicciones, con su compleja mezcolanza de lo bueno y lo malo, de grandeza y mezquindad, tal corno la veo en el mundo que me rodea. Sin embargo es tan poco corriente la facultad de observar el carácter de las personas, y es tan generalizada la tendencia curiosamente errónea a buscar cierta coherencia lógica en las motivaciones y en los actos de los seres humanos, que muy posiblemente me encuentre con que la ejecución de esta parte de mi tarea haya sido incomprendida, y que incluso llegue a ocasionar algún resentimiento en determinados frentes. No obstante, el tiempo ha seguido siendo mi amigo en relación con otros personajes míos de otros libros, ¿y quién dirá que el tiempo no vaya a echarme una mano también en éste? Es posible que un día de éstos esté yo en condiciones de utilizar alguna de las múltiples e interesantes historias que de hecho han tenido lugar, y que han puesto en mis manos diversas personas que podrían dar testimonio fidedigno sobre lar veracidad de la narración. Hasta la fecha, no me he atrevido a perturbar el reposo de esos manuscritos, que descansan en su cajón correspondiente. Los incidentes verídicos son a veces muy «rocambolescos», y el comportamiento de las personas de carne y hueso a veces resulta groseramente improbable».

En cuanto al objeto que tengo a la vista al escribir este relato, creo que posee una sencillez suficiente para hablar por sí solo. Suscribo de todo corazón ese artículo de fe según el cual las condiciones de la felicidad humana son independientes de las desgracias físicas, y sostengo que incluso es posible que las desgracias físicas se puedan contar por sí mismas entre los ingredientes de la felicidad. Tales son los puntos de vista por los que trata de abogar La pobre señorita Finch; tal es la impresión que espero dejar en el ánimo del lector una vez cierre el libro al llegar al final.

WILKIE COLLINS 16 de enero de 1872

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