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Mazurca para dos muertos


...our thoughts they were palsied and sere, 
Our memories were treacherous and sere. 

Edgar A. Poe, Ulalume


Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada.

—¿Muchas horas?

—No; muchos años. La raya del monte se borró cuando la muerte de Lázaro Codesal, se conoce que Nuestro Señor no quiso que nadie volviera a verla.

Lázaro Codesal murió en Marruecos, en la posición de Tizzi-Azza; lo mató un moro de la cabila de Tafersit, según lo más probable. Lázaro Codesal se daba muy buena maña en preñar mozas, también tenía afición, y gastaba el pelo colorado y el mirar azul. A Lázaro Codesal, que murió joven, no llegaría a los veintidós años, ¿para qué hubo de valerle manejar el palo como nadie, en cinco leguas a la redonda o más? A Lázaro Codesal lo mató un moro a traición, lo mató mientras se la meneaba debajo de una higuera, todo el mundo sabe que la sombra de la higuera es muy propicia para el pecado en sosiego; a Lázaro Codesal, yéndole de frente, no lo hubiera matado nadie, ni un moro, ni un asturiano, ni un portugués, ni un leonés, ni nadie. La raya del monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal y ya no se volvió a ver nunca más.

Llueve con tanta monotonía como aplicación desde el día de San Ramón Nonato, a lo mejor desde antes aun, y hoy es San Macario, que trae suerte a los naipes y a las papeletas de la rifa. Orvalla despacio y sin parar desde hace más de nueve meses sobre la yerba del campo y los cristales de mi ventana, orvalla pero no hace frío, quiero decir mucho frío; si supiera tocar el violín me pasaría las tardes tocando el violín, pero no sé; si supiera tocar la armónica me pasaría las tardes tocando la armónica, pero no sé. Lo que yo sé tocar es la gaita, no es propio tocar la gaita dentro de las casas. Como no sé tocar ni el violín ni la armónica, y como la gaita no debe soplarse bajo techo, me paso las tardes en la cama haciendo las porquerías con Benicia (después diré quién es Benicia, la mujer que tiene los pezones como castañas), en la capital se puede ir al cine a ver a Lily Pons, la joven y distinguida soprano, en la interpretación del principal papel femenino de la cinta Sueño demasiado, eso dice el periódico, pero aquí no hay cine.

En el cementerio brota el manantial de agua clara que lava los huesos de los muertos, también el hígado extrañamente frío de los muertos; le llaman la fuente del Miangueiro y en ella se mojan las carnes los leprosos, para encontrar alivio. El mirlo canta en el mismo ciprés en el que de noche entona su solitario lamento el ruiseñor. Ahora ya no quedan casi leprosos; no es como antes, que abundaban mucho y silbaban como lechuzas para avisarse de que andaban los frailes de las misiones buscándolos para darles la absolución.

Las ranas suelen despertarse todos los años pasado San José y su canto anuncia que ya viene poco a poco la primavera con sus malas noticias y sus trabajos. Las ranas son animalitos mágicos y medio supersticiosos; cociendo cabezas de rana, cinco o seis cabezas de rana, con la flor del azúmbar, se obtiene un jarabito que levanta el ánimo y cura la desazón de las novias o escozor de virgo. Las ranas son difíciles de amaestrar porque, cuando se tienen ya casi amaestradas, se pierde la paciencia y se les espachurra de un golpe. Policarpo el de la Bagañeira es quien mejor amaestra ranas de todo el país: ranas, mirlos, donosiñas, raposas, de todo. Policarpo amaestra de todo, incluso lóndregas y lobos cervales, cuando había lobos cervales; con el que nunca pudo fue con el jabalí, que es bestia poco juiciosa y que ni atiende ni discurre. Policarpo el de la Bagañeira, a quien le faltan tres dedos de la mano, vive en Cela do Camparrón y a veces se acerca hasta la carretera para ver pasar el ómnibus de Santiago, en el que siempre van dos o tres curas comiendo higos secos. Policarpo perdió los dedos índice, cordial y anular de la mano derecha a resultas de la mordedura de un caballo, pero con el meñique y el gordo se las va arreglando bastante bien.

—No puedo tocar la gaita ni el acordeón pero, ¿qué más me da si tampoco sé?

En Orense, en casa de la Parrocha, hay un acordeonista ciego, debe haber muerto ya, sí, claro, ahora recuerdo, murió en la primavera de 1945, justo una semana después de Hitler, que toca javas y pasacalles para que los cabritos estén entretenidos, yo hablo de entonces; se llama Gaudencio Beira y fue seminarista, lo echaron del seminario cuando encegueció, poco antes de que encegueciera del todo.

—¿Y se da buena maña con el fuelle?

—¡Ya lo creo, la mar de buena! La verdad es que es un verdadero artista, todo esmero y limpieza y sentimiento, que toca con mucha hondura y emoción.

Gaudencio, en la casa de putas donde se gana la vida, ejecuta un repertorio de piezas bastante variado, pero hay una mazurca, Ma petite Marianne, que sólo la tocó dos veces, en noviembre de 1936, cuando mataron a Afouto, y en enero de 1940, cuando mataron a Moucho. No quiso volver a tocarla nunca más.

—No, no, yo sé bien lo que me hago, lo sé de sobras; esa mazurca es medio amarga y no puede andarse jugando con ella.

Benicia es sobrina de Gaudencio Beira y medio prima de los Gamuzos, que son nueve, de Policarpo el de la Bagañeira y del difunto Lázaro Codesal. Por el contorno todos somos más o menos familia, salvo los Carroupos, que ninguno se libra de tener una chapeta de piel de puerco en la frente.

Llueve sobre las aguas del Arnego, que pasan moviendo aceñas y espantando tísicos, mientras Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, pasea en cueros por el outeiro Esbarrado, con las tetas mojadas y el pelo hasta la cintura.

—¡Aparta, mala pécora, que estás en pecado mortal y has de arder en la caldera del demonio!

Llueve sobre las aguas del Bermún, que brinca silbando kiries y lamiendo carballos, mientras Fabián Minguela, o sea Moucho, el pájaro de la muerte, afila su navaja en el asperón.

—¡Aparta, aparta, mal cristiano, que ya te pedirán cuentas en la otra vida!

Raimundo el de los Casandulfes piensa que Fabián Minguela pasea por la vida las nueve señales del hijoputa.

—¿Y cuáles son?

—Ten paciencia, ya las irás sabiendo poco a poco.

El mayor de los Gamuzos se llama Baldomero, bueno, se llamaba, porque ya murió, Baldomero Marvís Ventela, o Fernández, otros le dicen Fernández, es lo mismo, y se le conocía por Afouto porque era muy decidido y no tenía miedo a nadie, ni vivo ni muerto. El día del Apóstol de 1933, en Tecedeiras, que queda en la carretera de La Gudiña a Lalín, antes de llegar a la mámoa de Corredoira, Afouto desarmó a una pareja de la guardia civil, les ató las manos a la espalda y los entregó en el cuartel, con los mosquetones y previo recibo. A él le dijeron que le iban a dar una paliza, después no se la dieron, y a los dos guardias los echaron a la calle, dicen que por modregos y parvallanes; como no eran del país, no se conoce de dónde eran, se marcharon y nunca más se supo. Afouto lleva pintado un tatuaje muy escandaloso en el brazo, una serpiente roja y azul enroscada en el cuerpo de una mujer desnuda.

Afouto nació en 1906, cuando fuera de la boda del rey Alfonso XIII, y casó a los veinte años con Loliña Moscoso Rodríguez, mujer que tenía tanto temperamento que había que sujetarla a palos. Loliña murió de una manera tonta, pisada por un buey espantado que la aplastó contra la puerta de la corte. Loliña era ya viuda cuando murió, llevaba cuatro o cinco años viuda. Afouto no tiene más que hermanos, ninguna hermana. Los padres de los nueve Gamuzos, o sea Baldomero Marvís Casares, Tripeiro, y Teresa Ventela (o Fernández) Valduide, Cachifa, murieron en 1920, en el famoso choque de trenes de la estación de Albares, murieron más de cien, nada más salir medio abafados del túnel del Lazo, que es como una sepultura sin fondo, como una sepultura que no se llena jamás; por el contorno se dijo que a muchos los enterraron vivos aún, para ahorrarse papel de oficio, pero a lo mejor no es verdad.

El segundo Gamuzo es Tanis, a quien llaman Perello porque discurre el mal muy deprisa. Tanis está casado con Rosa Roucón, que es hija de un consumero de Orense. Rosa le da al anís y se pasa todo el día durmiendo; no es mala, todo hay que decirlo, pero se le va un poco la mano en el anís. Tanis cultiva la tierra y cría el ganado, como su hermano mayor y el que le sigue y como suprimo Policarpo el de la Bagañeira, el adiestrador de pájaros y ranas y animalitos del monte; también son besteiros de afición o sea por gusto, no de oficio, se dan mucha maña para acosar caballos por el monte y raparlos y marcarlos en el curro entre nubes de polvo, relinchos de las dos clases (de rabia y de espanto) y sudor, mucho sudor. Tanis tiene buen pulso y siempre gana las apuestas a los forasteros.

—Suelte los cuatro reales que perdió, paisano, y bébase una taza con nosotros, que aquí no queremos criar enemigos. Y recuerde siempre lo que voy a decirle, que consuela mucho: viva Dios e cante o merlo, que tras do vran ven o inverno.

A Perello, cuando viene la calor, aún falta, le gusta meterse con Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, los dos en cueros, en la represa del molino de Lucio Mouro, para abusar de sus carnes medio de culebra y medio de gato montés; bueno, abusar, lo que se dice abusar, Tanis no abusa porque ella ni escapa ni se cansa nunca y además aplaude y aturuxa a cada chapuzón y enguilón. La parva de Martiñá no sabe nadar y es muy chistoso verla darse solagos mientras culea al compás del baile.

Benicia tiene los pezones como castañas pilongas, todos lo saben, como maiolas por San Juan, cuando ya van para viejas. Benicia tiene mucho ardor en la sangre y ni se fatiga ni se aburre jamás. Benicia luce los ojos azules y es muy alegre en la cama, muy cabrona. Benicia estuvo casada, bueno, a lo mejor aún sigue casada, con un portugués medio mariqueiro que hacía títeres por ahí adelante, a veces llegaba hasta más allá de León, pero se le escapó al marido y se vino otra vez para el país.

La madre de Benicia es hermana de Gaudencio, el ciego que toca el acordeón en casa de la Parrocha. Benicia Segade Beira tiene muy poderoso el andar y ríe siempre, es como una bendición. Su madre sabe leer y escribir; Benicia, no, a veces las familias van para abajo y entonces ya no las para nadie hasta que se estrellan o descubren un regato con pepitas de oro, ahora ya no debe quedar ninguno. La madre de Benicia se llama Ádega y toca el acordeón casi tan bien como su hermano; la polca Fanfinette la interpreta con mucho primor.

—Yo le vengo a ser de Vilar do Monte, entre el penedo Sarnoso y el outeiro Esbarrado y sé la leche que mamó cada criatura. Usted, don Camilo, viene de peleones y eso se paga. Su abuelo mató a palos a Xan Amieiros, el molinero del regueiro Pedriñas, y tuvo que apartarse catorce años, se apartó al Brasil, usted lo sabe bien. Yo le vengo a ser de Vilar do Monte, más allá de Silvaboa y de Ricobelo, subiendo y bajando cuestas, pero mi difunto, digo Cidrán Segade, le era de Cazurraque, por debajo de los penedos de la Portelina, que ni se saludaban siquiera con los de Zamairos, se conoce que no les daba el viento, ni la gana, ni la voluntad de Nuestro Señor. Le digo esto para que vea que soy de confianza y no forastera, que ahora anda mucho pillo suelto. ¡Así Dios me confunda si no le juro que hasta podríamos ser parientes! Su abuelo se fue para el Brasil hace más de un siglo, cuando Isabel II. Su abuelo tenía amores escandalosos, usted dispense, eso es lo que dicen, con Manecha Amieiros, que era hermana de Xan y de otro que no recuerdo cómo se llamaba, creo que Fuco, sí, se llamaba Fuco y no tenía más que un ojo, no es que hubiera perdido el otro, no, es que no tenía más que un ojo en mitad de la frente, había nacido así. Su abuelo y Manecha Amieiros se veían en una cueva del pinar das Bouzas en la que instalaron un nido de hortensias secas y una lareira para asar chorizos y también para calentarse. Una noche, los dos hermanos de Manecha esperaron a su abuelo en el recodo del Claviliño, armados uno con un machete y el otro con una tranca de hierro, se conoce que para matarlo, pero su abuelo les echó el caballo encima y los derribó. Fuco, el del ojo, soltó la tranca y salió corriendo como un condenado, pero Xan le plantó cara a su abuelo y se pelearon. Xan le pegó a su abuelo un machetazo en el costado, pero don Camilo, que no era muy grande pero sí bravo, aguantó marea y lo tundió con la tranca del hermano, que escapara como un cagón. Según cuentan, el muerto, cuando le fueron a hacer la autopsia, tenía los pulmones que daba gozo verlos, talmente como agua. ¡Debió llevar una buena malleira!

El tercer Gamuzo es Roque; aunque no es cura le dicen Crego de Comesaña, no se sabe por qué. Crego de Comesaña gasta un carallo descomunal, famoso en todo el contorno y del que se habla incluso más allá de Ponferrada, en el reino de León. El carallo de Crego de Comesaña puede que sea tan orgulloso como el del cura de San Miguel de Buciños, que ya saldrá en esta verdadera historia cuando le toque su tiempo. A los viajeros, cuando se les quiere pasmar, se les enseña el monasterio de Oseira, la huella que dejó el demonio en la loma del Cargadoiro, se ven muy bien sus pisadas de cabra, y la pichola de Roque, que es lo que se dice una bendición.

—A ver, Roque, enséñale lo que tú sabes a estos señores, que son un matrimonio de Madrid. Va una copa de peloura.

—Han de ser dos.

—Bueno, dos.

Entonces Roque se desabrocha la bragueta y deja en libertad el mandado que le cae, como una raposa ahorcada, hasta la rodilla. A Roque, aunque debiera estar ya acostumbrado, siempre le azara un poco el trance.

—Usted dispense, señora, pero así le tiene poco lucimiento. ¡Como todavía no cogió confianza...!

La mujer de Roque, o sea Chelo Domínguez la de los Avelaíños, cuando el marido le dice que se espernanque, que va, le ata una servilleta para que no entre todo y así defenderse mejor.

—¡Válgame San Carallán, y que Dios nos coja a todas confesadas, amén, Jesús!

Ádega sabe bien todo lo que pasó, pero lo estuvo guardando durante mucho tiempo.

—Tampoco puede callar, si tenemos la misma sangre.

—No, señor; ni quiero, ¡ya bastante callé! ¿Quiere tomar un traguito de orujo?

—Sí, claro. Muchas gracias.

Da gusto ver caer la letanía llena de mansedumbre, es como una letanía, oír la paciencia del orvallo sobre el campo, sobre el tejado y contra los cristales del mirador.

—Los papeles los robó mi hermano Secundino en el juzgado de Carballiño, bueno, se los dejó robar el escribiente, Xian Mosteirón, le llamaban Coxo de Marañís, que fue carabinero, porque mi hermano, que no miraba los cuartos, le dio cinco pesos para vicios y más otros cinco para obras de caridad, o sean diez. A Afouto lo mató uno que ya está muerto y bien muerto, eso lo sabe usted mejor que yo y no lo digo por nada. Los de Cazurraque son muy gloriosos, por eso las mujeres nos llevamos bien con ellos, las de Vilar do Monte y las de otros lados, porque la mujer, al final, lo que quiere es que le batan las mantecas. Moucho es de más lejos, bueno, su padre, la familia lleva aquí muchos años pero son de más lejos, para mí que son medio maragatos pero esto no podría jurarlo, bueno, es un decir porque a usted no le quiero engañar. Si se lleva de criada a mi nieta Xila, que tiene ya doce años y para mí que aún no empezó con las cochinadas, le regalo los papeles y más las botas del muerto que mató a Afouto, que valen poco, ya lo sé, pero siempre son un recuerdo. Mi hermano Secundino las tenía llenas de tabaco porque le daban mucha risa; don Silvio, el cura de Santa María de Carballeda, de donde era su pariente el santo Fernández, le llegó a decir que si no enterraba las botas en sagrado se iba al infierno. No le hizo ni caso; mi hermano Secundino no le tenía miedo al infierno porque pensaba que Dios era más amigo de la vida y los alimentos que de la muerte y las hambres. Póngase más orujo, que hace mucho frío.

La primera señal del hijoputa es el pelo ralo, Fabián Minguela luce el pelo ciscado y escaso.

—¿Y de qué color?

—Según, eso va en días.

El cuarto y el quinto Gamuzo, o sea Celestino y Ceferino, son gemelos y se fueron curas los dos, estudiaron en el seminario de Orense y, a lo que dicen, salieron algo virtuosos. A Celestino le llaman Carocha y está en la parroquia de San Miguel de Taboadela. A Ceferino le dicen Furelo, y estuvo en la parroquia de San Adrián de Zapeaus, en término de Rairiz de Veiga, ahora lo trasladaron a Santa María de Carballeda, en Piñor de Cea, donde sucedió al finado don Silvio.

Sí; da gusto ver llover como siempre, y siempre llueve; por el invierno y por el verano, de día y de noche, sobre la tierra y sobre los pecados, para los hombres, para las mujeres y para las bestias.

A Baldomero Afouto no se le podía entrar de cara porque era bravo como el lobo de la Zacumeira; su hermano Tanis Perello levanta un hombre a pulso y sin abrir la boca; su hermano Crego de Comesaña, o sea Roque, es algo vergonzoso; sus hermanos Celestino Carocha y Ceferino Furelo cantaron misa, según ya se sabe, y juegan bastante bien al chamelo y a la correlativa. Carocha es cazador (conejos y palomas torcaces) y Furelo es pescador (pencas y barbos y, con suerte, alguna trucha). Aún quedan cuatro Gamuzos más.

Ádega es mujer precavida pero también dadivosa, de joven debió haber sido muy hospitalaria y cachonda, muy entera y amiga de la parranda.

—Dicen que el muerto que mató a Afouto mató también a mi difunto y a varios más, una docena más, se conoce que el hijo de puta, usted dispense, le cogió gusto al gatillo; yo no lo sé de fijo pero, cuando mataron al muerto, yo le puse una vela al Santo Cristo de Santa María la Real de Oseira. Hay muertos que dan pena, pero también hay muertos que dan mucha alegría, ¿verdad, usted? Otros muertos dan miedo, los ahogados y los apestados, y otros, en cambio, dan risa, sobre todo algunos ahorcados cuando los menea el viento. Siendo yo moza hubo en Bouza da Fondo un ahorcado tan bien ahorcado que los rapaces se le columpiaban de los pies y él, como si nada; cuando vino la guardia civil apartó a los muchachos porque el señor juez era muy serio, era un castellano muy remirado que se llamaba don León y no aguantaba bromas, lo recuerdo bien. Ahora las costumbres se van perdiendo, eso es cosa de la aviación.

El recuerdo de Lázaro Codesal no se borró aún de las cabezas. Ádega no es la única que sabe las historias. Una noche que bajaba de la Cabreira, bajaba cantando, Lázaro Codesal cantaba siempre, para avisar que iba o que venía, lo paró un marido en la Cruz del Chosco.

—Estoy solo y usted también va de palo.

—Aparte, que no quiero barajas. Yo voy por mi camino.

Las cosas rodaron torcidas y los dos hombres se repartieron más de cien palos, a lo mejor doscientos, Lázaro Codesal deslomó al otro, le ató las manos a la espalda y a su propio palo y lo dejó marchar.

—Váyase a casa, a que lo desate su señora. Y otra vez no se meta con la gente de paz, que después pasa lo que pasa.

Entonces aún se veía la raya del monte; si no es por aquel moro traidor, la raya del monte no se hubiera borrado nunca jamás. Aquí no se dan bien las higueras; si fuera rico, buscaría un sitio donde las higueras fueran sanas y recias y compraría cien higueras en memoria de Lázaro Codesal, el mozo que manejaba el palo mejor que nadie, para que los pájaros se comieran todos los higos. Es lástima no ser rico para hacer cosas, ver mundo, regalar sortijas a las mujeres, comprar higueras...Como no sabes tocar el violín ni la armónica, te pasas las tardes en la cama. Benicia es como una cerda obediente, no te dice que no a nada. Benicia no sabe leer ni tocar el acordeón, pero es joven y hace muy bien filloas; también sabe dar gusto, en su momento, y tiene los pezones dulces, grandes y duros como castañas. Ádega lleva la cuenta de los ahorcados.

—El parvo de Bidueiros, que era hijo bravo del cura de San Miguel de Buciños, no se ahorcó, a ése lo ahorcaron para ensayar. El cura de San Miguel de Buciños se llama don Merexildo Agrexán Fenteira y es muy famoso por sus tamaños; cuando arma, ¡que Dios me perdone!, don Merexildo parece que lleva un pino debajo de la sotana. ¿A dónde va usted con eso, padre cura? ¡A ver si me lo amansa la feligresía, cabrón do demo! (O puta do demo, si le hablaba una mujer.) Dispense. Oiga, don Camilo, le quiero dar un poco de chorizo para que lo pruebe, le es de mucha confianza y también reconstituyente. Mi difunto Cidrán tenía tanta fuerza porque se tragaba los chorizos enteros; yo le digo que el muerto que lo mató, si no lo mata como a un raposo, no lo mata. Diga usted que a mi difunto le tiraron por la espalda, no le dejaron ni mirar; si le dejan mirar, el muerto que lo mató y su compañía, si iba en compañía, están aún corriendo.

El cura de San Miguel de Buciños vive rodeado de moscas, a lo mejor es que tiene el gusto dulce.

—¿Y no le molestan?

—Sí, pero se aguanta, ¡qué remedio le queda!

Chufreteiro es el sexto Gamuzo, se llama Matías y sabe algo de cartomancia y también hacer juegos malabares. Matías estuvo de azotaperros en la parroquia de Santa María la Madre de Orense, pero después, cuando espabiló un poco, empezó a trabajar en Carballiño, en la fábrica de ataúdes El Reposo, donde gana un buen jornal. Chufreteiro es muy animado y baila con ritmo, canta con buena voz y sin desafinar y juega al chapó con aprovechamiento (hay meses de ganar hasta mil pesetas y aún más). Chufreteiro es muy pavero y ocurrente y cuenta cuentos de Otto y Fritz poniendo acento alemán. Chufreteiro está viudo; su difunta, Purina, que murió tísica, se conoce que la meiga chuchona le enganchó a modo, era hermana de Loliña Moscoso, la del mayor, en esa familia las hijas no duraban demasiado, se morían antes de hartar a los maridos.

—¿Y dejaban mucho desorden?

—Pues, no: el acostumbrado.

Ádega va a buscar chorizo y más aguardiente, el chorizo y el aguardiente de Ádega son de confianza y alimentan mucho.

—Con el parvo de Bidueiros ensayaron y con mi difunto también, pero de otra manera; siempre hay gente muy mala pero entonces, en aquellos años de la guerra, era todavía peor. Dios los tiene que castigar porque así no pueden quedar las cosas; a muchos mandó llamarlos ya y pocos murieron en la cama y como es mandado, con el hijo mayor cerrándole los ojos. Ya ve usted el fin que tuvo el muerto que mató a Afouto y más a mi difunto. Mucho matar, mucho matar, y al final no acertó a salir vivo del Meixo Eiros; el que vierte sangre se acaba ahogando en sangre. Usted sabe mejor que yo, no lo diga si no quiere, que al muerto que mató a Afouto y a mi difunto lo acorraló su pariente y fue a morir en la fuente das Bouzas do Gago, yo no tengo por qué hablar. A Rosalía Trasulfe le llaman Cabuxa Tola porque es muy descarada, lo fue siempre. Rosalía Trasulfe se desabrochó el escote, se quedó con las dos tetas fuera y le dijo al muerto que andaba matando hombres: venga, mame, a mí no me importa, lo que yo quiero es seguir viva. Y ahora dice: de estas tetas mamó el muerto, es verdad, y por otras partes de mi cuerpo también anduvo, pero la que está viva soy yo y además me lavé todo bien lavado, me lavé las tetas y el coño y hasta la voluntad. ¡Da gusto oírselo decir!

Cada Gamuzo tiene su apodo; esto no siempre pasa, pero, a veces, sí. A Julián Marvís Ventela, o Fernández, o sea a Julián Gamuzo, le dicen Paxarolo porque es listo como el rayo, rápido como la centella y muy ocurrente. Paxarolo tiene una relojería en Chantada, bueno, su señora, ése se fue más lejos pero se colocó bien. Paxarolo casó con chantadina viuda y relojera, Pilar Moure Pernas, relojera por carambola a banda: el primer marido de Pilar, o sea Urbano Dapena Escairón, el propietario de la relojería, falleció de cólico, y el negocio lo heredó el hijo de ambos, el Urbanito, que murió de anemia, siempre fue muy canijo, y entonces la relojería pasó a Pilar, ése es el orden que marca el reglamento. Paxarolo y Pilar tienen cinco hijos y tres hijas, todos sanos y relucientes. Las probabilidades de que Paxarolo llegue a ser el amo de la relojería son escasas, eso es bien cierto, pero a él no le importa, él se conforma con ser relojero consorte y ver que sus hijos comen caliente y pueden seguir estudios.

—A Cabuxa Tola le mamó las tetas el muerto que mató a Afouto, a mi difunto y puede que a doce más, pero el hijo de puta está ahora muerto y ni siquiera enterrado, don Camilo, que una mujer, algún día le diré quién, usted cállese que la que habla soy yo, y Dios quiera que no hable más de la cuenta, robó sus restos del camposanto e hizo con ellos lo que jamás podrá saberse como no quiera decirlo. Hay que estar pegado a la tierra, y más vale ser tierra que agua. Cabuxa Tola no tiene nada de tola y vive aún, pienso que con su hija Edelmira, que casó en Sarria con un guardia civil. Tiene mi edad, uno o dos años más que yo, y fuimos siempre muy buenas amigas. A todas las mujeres nos mamó alguien las tetas alguna vez, para eso estamos, que el gusto no nos lo quita nadie, lo que importa es no guardar el asco: un mozo en el pajar y otro en la cuadra, el cura en la sacristía, un feriante en la lareira, el molinero en el molino, un forastero en el monte, el marido cuando le da la gana..., lo que importa es no guardar el asco. De estas dos tetas, cuando estaba criando a mi hija Benicia y eran dos tetas de verdad y como Dios manda, grandes y duras y llenas de leche, también mamó la culebra, pero mi difunto le partió la cabeza con un sacho y la mató, aquí no hay más que difuntos y el viento famento soplando la Marcha Real en los carballos.

Llueve sobre el cruceiro de Piñor y el chorro de Albarona que vigilan los lobos mientras el carro de bueyes de Roquiño va por la corredoira haciendo cantar el eje para espantarlos. Las lamáchegas se vuelven agua por el invierno y duermen agazapadas en las raicitas de los morodos dulces y escondidos. Las ánimas del purgatorio también beben en la fuente del Miangueiro, como los leprosos, y cuando se aburren vagan con la Santa Compaña por la orilla del río. A Benito Gamuzo le llaman Lacrau; desgarbado como el alacrán sí es, aunque no tiene veneno. Lacrau es sordomudo pero listo; hace muy bien recados y sabe cepillar la madera, criar conejos y freír filloas, fríe filloas casi tan bien como Benicia. Lacrau es soltero y vive en Carballiño con su hermano Matías, trabaja en la fábrica de ataúdes y gana lo suficiente. Una vez al mes, Lacrau va de putas a la capital y no repara en gastos. Con Chufreteiro y con Lacrau también vive el último hermano, Salustio, que el pobre es inocente y furricosiño; la verdad es que se arregla con cualquier cosa y tampoco da ningún trabajo. Chufreteiro no piensa en volver a casarse porque no sabe lo que sería de sus hermanos.

—Así estoy bien y, después de todo, mis hermanos también son de Dios.

Al noveno y último Marvís le dicen Mixiriqueiro porque se pasa la vida quejándose con su vocecita de grillo, a lo mejor es que le duele algo por dentro y no lo sabe decir.

Ádega no quería morirse sin ver el mar.

—Lo malo no es morirse sino que se sepa, lo malo es la risa que da a los que quedan vivos; yo me conformo con haber vivido un día más que el muerto, y llevo ya muchos. El muerto que mató a mi difunto está muerto y bien muerto y yo sigo viva; lo importante es ver como los demás se van muriendo. Ahora, lo que yo quiero es no morirme sin ver el mar, debe ser muy hermoso. Cabuxa Tola me dijo que es por lo menos tan grande como toda la provincia de Orense o, a lo mejor, más aún. El muerto que mató a Afouto y más a mi difunto ya murió, y eso siempre consuela. Hay que estar pegado al agua, y más vale ser agua que aire. Cabuxa Tola se da muy buena maña para amaestrar pájaros y otros animalitos, lo hace tan bien como Policarpo Obenza, el de la Bagañeira: búhos, cuervos..., los búhos son más papones que los cuervos, sapos, cabras, éstas son muy fáciles, garduñas, murciélagos, lo que usted quiera. Cabuxa Tola también sabe pasmar gallinas, capar culebras y hacer bailar el galop a las raposas frotándoles el culo con un pimiento picante partido en dos, los buenos son los de su pueblo, ¡qué risa! Cabuxa Tola vale más que muchos hombres. Todas las mujeres hemos hecho las marranadas alguna vez con un perro, eso es costumbre, cuando se es joven vale todo, o con un inocente, si es baboso, mejor, cuando se tiene a mano y no hace demasiado frío ni se echa a llorar; los hombres buscan una cabra tetona para cogerla bien cogida de los cuernos y restregarse más a gusto, eso va en naturalezas. Bueno, pues Cabuxa Tola hacía con los lobos lo que hacíamos las demás con los perros, y esto no lo cree nadie pero es verdad, que yo lo vi con mis ojos. A Cabuxa Tola le obedecían los animales del monte porque a su madre la preñaron encima de un caballo al galope durante la tormenta de San Lourenciño de Casfigueiro, que cada año mata a un castellano, un gitano, un negro y un seminarista, es una tormenta muy cruel y destrozadora, muy amarga. Cabuxa Tola, con una ocarina que tiene, avisa de que llega el temporal a los animalitos que no tienen defensa: el topo de la tierra, el ciempiés de la silveira, la araña del guisante de olor, el caracol de las nabizas y otros.

Policarpo el de la Bagañeira no se llama Obenza de apellido sino Portomourisco; Obenza se llamaba su abuela, mujer de mucho mando y arranque.

Los Carroupos tienen una chapeta de piel de puerco en la frente, la tienen todos, es como la marca de fábrica o un antojo para señalar malditos. Moucho lleva sangre carroupa en las venas, no es de ley ni de confianza. Los Carroupos no se sabe de dónde salieron, del país no son, a lo mejor vinieron de la Maragatería, más allá de Ponferrada, vinieron escapando del hambre o de la justicia, cualquiera sabe. Fabián Minguela, Moucho, anda siempre afilando y sacándole brillo a la navaja, un día se la van a hacer comer. Los Carroupos no cultivan el campo ni crían ganado, los Carroupos son zapateiros, la gente llama zapateiros a los que trabajan sentados o, por lo menos, sin que les llueva por encima: zapateros, sastres, mancebos de botica, barberos, escribientes y otros oficios para los que no se precisa fuerza ni tierra. La segunda señal del hijoputa es la frente buida, ¿ves la de Fabián Minguela?, bueno, pues una cosa así.

Moncho Requeixo Casbolado, a quien llaman Moncho Preguizas porque no tiene ganas de nada salvo de andar y ver mundo, estuvo en la guerra de Melilla con Lázaro Codesal Grovas, a lo mejor antes no se dijo el segundo apellido, pero libró de la tunda de los moros y volvió con vida, aunque con una pierna de menos. Moncho Preguizas había dado la vuelta al mundo, siempre enrolado en barcos holandeses; lo que más le había gustado era Guayaquil.

—Con una pata de palo, si está bien calibrada, tampoco se vive tan mal, no vayan ustedes a creer. Entre los indígenas de New Titanic, una isla que hundieron los ingleses en el océano Pacífico, la hundieron a cañonazos porque sus habitantes querían implantar el sistema métrico decimal, era signo de distinción el llevar una pata de palo; a mí quisieron hacerme primer ministro, pero les dije que no porque prefería volver al país.

Moncho Preguizas tiene hechuras de explorador a la antigua, es mentiroso, enamoradizo, decidido, zángano y fabulador. En la playa de Bastianiño, según dice Moncho Preguizas, encontró un árbol muy raro, el ombiel, cuyas hojas, cuando llega el otoño y caen al suelo abatidas por la tristeza, se arrugan muy blandamente, igual que si fueran de carne de caracol, y se convierten en murciélagos sin ojos y con una calavera de color colorado pintada en las alas. Si sopla el viento, se pueden levantar y echarlos a vivir y volar; si no, hay que dejarlos pegados a la tierra hasta que se mueren de hambre, porque rematarlos trae desgracia. Si se les deja pegados a la tierra, no pasa nada y el mundo sigue dando vueltas como si tal.

Ádega es buena amiga de Moncho Preguizas, hasta fueron medio novios algún tiempo, ahora hace ya muchos años que no se ven.

—Mire, don Camilo, déjese usted de coñas, que a veces pienso si no está usted de coña. Lo bonito es aguantar un poco y morir después de los muertos cantados y condenados a muerte, de los muertos que llevan la muerte pintada en los ojos, en la frente y en el corazón, de los muertos para los que todo el personal quiere la muerte. Sí, es la ley de Dios: al que vierte sangre, se le envenena la sangre y acaba ahogado en sangre. Y además no tiene escape porque todas las puertas del mundo se le cierran. Hay que estar pegado al aire y más vale ser aire que muerte. La gente se cansó de que los pálidos anduvieran sembrando muertes y, cuando llegó la hora de la venganza, que llega cuando Nuestro Señor dispone pero que llega siempre, por cada pálido muerto, quienes habían llorado pero seguían vivos, plantaron una abeleira, para llevar la cuenta y también para que los jabalíes se alegraran. ¡Aquí hay muchas abeleiras plantadas!, decían los pálidos a los que aún no les había llegado la hora de pagar, ¡vamos a tener que hacer un escarmiento! No, señor, les contestaban, esas abeleiras son bordes; nacen solas, se conoce que para que el jabalí tenga avellanas frescas.

Ádega dice sus últimas palabras con voz ronca. Después traga saliva y sonríe.

—Dispense. ¿Quiere que le toque la polca Fanfinette al acordeón? Yo voy vieja pero todavía me sale regular, ya verá.

Ádega aún toca el acordeón con fundamento y buen estilo.

—Lo hace usted muy bien.

—No, desde que mataron a mi difunto no consigo tener paz en la cabeza, y así no hay quien toque bien ni el acordeón ni nada. Yo toco sin gusto, toco igual que una pianola... ¿Me deja llorar? Enseguida termino.

Ádega lloró dos o tres lágrimas.

—Cuando mataron al muerto que mató a mi difunto creí que iba a respirar con más alegría, pero no. Antes, odiaba, y ahora desprecio; en eso se me van las fuerzas. Antes estaba callada y ahora hablo, a lo mejor más de lo debido. Lo del acordeón es como beber agua de la fuente; algunos días se tiene sed y otros, no. Yo creo que lo único que sé hacer bien es despreciar; me costó mucho trabajo aprenderlo pero ahora desprecio como Dios, podría jurárselo. Lo importante es saber que puede dolerle a una la cabeza, aunque no le duela. Yo soy de esta tierra y de aquí no me echa nadie; cuando muera me convertiré en la tierra que da de comer a los tojos, me convertiré en la flor de oro del tojo, y mientras tanto, ¡pues mire!

Ádega se quedó en silencio y escanció otras dos copas de aguardiente, una para ella y otra para mí.

—Saudiña.

Por detrás de la casa de la señorita Ramona el jardín llega hasta el río, con sus juncos y sus helechos, su balsa, sus barbos y sus suicidas; tres suicidas en once años tampoco son tantos. Esta tierra no da demasiados suicidas: algún anciano sin amparo, alguna moza en desamor, alguna casada a la que come el aburrimiento y llena de congoja el remordimiento, nadie sabe si la madre de la señorita Ramona se ahogó queriendo o sin querer.

—Tú y yo somos primos de Raimundo el de los Casandulfes, tú por parte de madre y yo de padre. Tú y yo somos parientes de parientes y a lo mejor, si rascas un poco, también resultamos parientes. Por aquí, sobre poco más o menos, somos todos parientes menos los Carroupos, que vinieron volando desde el otro mundo y ahora crecen como el pan de lobo.

La señorita Ramona representa unos treinta años, quizá alguno más, y tiene el porte altivo y un poco caprichoso, también seguro y un si es no es distante y tímido y con misterio. La señorita Ramona tiene los ojos grandes y negros como el azabache de Compostela y es morena de tez, a lo mejor es medio mejicana, los Casandulfes tienen una abuela o bisabuela mejicana. La señorita Ramona tuvo tres novios pero se quedó soltera por dignidad. La señorita Ramona compone poesías, interpreta sonatas al piano y vive con dos criados carcamales y dos criadas brujas que heredó de su padre, don Brégimo Faramiñás Jocín, que era espiritista y aficionado a tocar el banjo y que murió de comandante de intendencia. Los servidores de la señorita Ramona son cuatro calamidades, lo que se dice cuatro fiascos, pero tampoco puede echarlos de casa a que se mueran de hambre y de miseria.

—No; seguid ahí hasta que os vaya enterrando, lo probable es que ya no duréis mucho.

—Gracias, señorita, que Dios le premie su caridad.

La señorita Ramona también heredó de su padre un Packard negro, muy solemne, y un Isotta-Fraschini blanco, muy elegante, no los saca jamás de la cochera, la señorita Ramona sabe conducir, es la única mujer del contorno que tiene carnet de conducir, pero no los saca jamás de la cochera.

—Gastan demasiada gasolina, déjalos que se oxiden.

En la sala de la señorita Ramona están colgados dos retratos de don Fernando Álvarez de Sotomayor, uno de ella vestida con el traje del país y el otro de su madre con mantilla española.

—Se parecen mucho, ¿verdad?

—No sé, a tu madre no llegué a conocerla.

—Bueno, es igual, todos los cuadros se parecen mucho.

Raimundo el de los Casandulfes es hijo de Salvadora, la hermana menor de mi madre, y tiene estudios y muy buena planta. Raimundo, cuando va a visitar a nuestra prima la señorita Ramona, le lleva siempre una camelia blanca de regalo.

—Toma, Moncha, para que veas que te quiero y que te recuerdo siempre.

—Te lo agradezco mucho, Raimundiño, no tenías que haberte molestado.

La señorita Ramona tiene un perro lulú, un gato de Angora, un guacamayo descomunal y de cien colores, un loro verde, un mono tití, una tortuga y dos cisnes, en el estanque del jardín nadan dos cisnes, a veces se acercan hasta el río pero siempre vuelven. La señorita Ramona es muy amiga de los animales, los únicos que no le gustan son los que sirven para algo: las vacas, los cerdos y las gallinas; hacen excepción los caballos, la señorita Ramona tiene un caballo alazán, puede que de veinte años.

—Los caballos son como los hombres, hermosos y vacíos, algunos son nobles de sentimientos.

Menos el loro, todos los animales de la señorita Ramona tienen nombre: el perro se llama Wilde y duerme con ella; el gato, King; el guacamayo, Rabecho; el mono, Jeremías; la tortuga, Xaropa; el caballo, Caruso, y los dos cisnes, Rómulo y Remo. El gato está capado porque una noche que la carne le pidió carne, se fue de casa y no volvió hasta la mañana siguiente: sucio, triste y herido. La orden de la señorita Ramona fue tajante.

—¡Pobre animalito! Esto no puede volver a pasarle, que lo capen.

Y claro es, lo caparon y ya no volvió a escaparse, ¿para qué? El guacamayo es azul, blanco y rojo, como la bandera francesa, con algunas plumas verdes y amarillas. El guacamayo vive sobre una percha y sujeto a una cadena suficiente; el guacamayo baja y sube y se descuelga y trepa, siempre harto y digno, por el pie de la percha sin demasiado entusiasmo y con gesto de muy resignado aburrimiento. El mono se masturba y tose, la tortuga se pasa la vida durmiendo y los cisnes navegan su hastío con elegancia. En casa de la señorita Ramona, el único animal no señalado por el dedo de la murria es el caballo.

—No te rías de mí, Raimundiño. Lo malo no es que esté sola, toda la vida estuve sola y llevo ya mucho tiempo acostumbrada..., lo malo es que me paso los días con la mente ida y pensando en los viosbardos, como si estuviera perdiendo la razón. Cada día que pasa estamos todos un poco más lejos, y también un poco más hartos, de nosotros mismos. ¿Tú no crees qué debo irme a vivir a Madrid?

Llueve a Dios dar sobre los pecadores y la tierra se pinta con el manso y blando color del cielo que no rompe el vuelo del pájaro, aún falta. Como no sé tocar ni el violín ni la armónica y como no encuentro la llave del armario donde guardo la colección de sellos, me paso las tardes metido en la cama con Benicia, leyendo poemas de Juan Larrea y oyendo tangos. Benicia estuvo el otro día en Orense y me trajo una cafetera de regalo; es muy práctica y hace las tazas de dos en dos, una para mí y otra para ella.

—¿Quieres más café?

—Bueno.

Benicia tiene el pecar saludable y alegre y los pezones grandes y oscuros, también duros y dulces. Benicia tiene los ojos azules y es mandona y atravesada en la cama, jode con mucha sabiduría y despotismo. Benicia no sabe ni leer ni escribir pero ríe siempre con mucha seguridad.

—¿Quieres que bailemos un tango?

—No, tengo frío; ven aquí.

Benicia guarda siempre calor, aunque haga frío; Benicia es una máquina de dar calor y gusto, me alegro de no saber tocar ni el violín ni la armónica.

—Dame un beso.

—Sí.

—Sírveme una copa de aguardiente.

—Sí.

—Fríeme un chorizo.

Benicia es como una cerda obediente, jamás dice que no a nada.

—Quédate esta noche conmigo.

—No puedo, va a ir a verme Furelo Gamuzo, el cura de San Adrián, bueno, ahora de Santa María de Carballeda, va todos los primeros martes de mes.

—¡Vaya!

A Lázaro Codesal lo mató un moro a la sombra de una higuera, disparándole a traición con una espingarda y cuando más ajeno estaba a que había de morir tan deprisa. Lázaro Codesal, cuando le entró la muerte por un oído, tenía en la cabeza la figura de Ádega desnuda y espatarrada, tomando el solecico en un ribazo; todos hemos sido jóvenes alguna vez. En la fuente del Miangueiro, donde hoy se lavan las bubas los leprosos, crece aún la higuera de las ramas que se trocaron lanzas para que los Figueroas rescataran de la morisma a las siete doncellas de la torre de Peito Burdelo. Hoy día ya nadie se acuerda de la historia. La Marraca, la leñadora de la pradera de Francelos, de ella habla un amigo de Ádega en un libro que escribió, tuvo doce hijas; ninguna llegó doncella a los diez años y todas se ganaron la vida con el coño maturrango. A una, a la Carlota, la conoció Elvirita, la del café de doña Rosa, en Orense, en casa de la Pelona. El agua clara de la fuente del Miangueiro no se puede beber, no la beben ni los pájaros, porque lava los huesos de los muertos, los bofes de los muertos, las miserias de los muertos, y arrastra mucho dolor.

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