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Éstos mataron la paz


Introducción 

Cuántas veces se han señalado las similitudes entre el nuevo «imperio americano» y el Imperio romano? Aquí insistiré, una vez más. El Imperio romano, organi zación política republicana, al igual que la de Estados Unidos, estaba gobernado por un emperador que, en ocasiones, compartía su mando bajo la forma de triunvi rato, y en otras sostenía su poder apoyado en el Senado y en las legiones.

Actualmente, el Gobierno de Estados Unidos, con su partido republicano al frente,1 está presidido por un po lítico que parece mantener aspiraciones a emperador del mundo; su poder se sostiene en el triunvirato formado por el Senado, el Pentágono y las multinacionales. Los servicios de seguridad estadounidenses son la guardia pretoriana del Presidente.

Una de las características de la religión romana era su profundo conservadurismo, algo muy similar sucede con las «religiones norteamericanas». Sin embargo, los roma nos, como demuestra el decreto del año 212, aceptaban

1. El Partido Republicano estadounidense ha estado en el poder des de 1981 hasta 1993, y de nuevo desde 2001 hasta el momento actual.

También el reconocimiento de los dioses venerados por otros pueblos. Las intenciones del actual cesar de la Casa Blanca, el presidente George W. Bush, son expandir su religión evangélica al resto del mundo, convertirse en un Mesías de su «renovado cristianismo». Éste es su objeti vo secreto, para el cual cuenta con el apoyo de los movi mientos fundamentalista de Estados Unidos, que poco a poco se han ido introduciéndose en la Casa Blanca y en la política americana para acabar con ese laicismo que les repugna. El gran triunfo de dichos fundamentalistas ha sido convencer a Bush de que debía crear la Oficina de Iniciación Basada en la Fe y la Comunidad, y nombrar al antiabortista y conservador John Ashcroft como secreta rio de Justicia (fiscal general); el segundo paso será con seguir que puedan presentarse partidos religiosos a las elecciones, tal como solicita el congresista ultraconser vador de Carolina del Norte, Walter B. Jones.

La historia del auge y caída de los imperios nos mués- , tra que éstos se desmoronan cuando sus propios ciuda danos acaban perdiendo la confianza en las guerras y las invasiones de otros países que aquellos promueven.

La actual Administración de Bush se encuentra fuer temente influenciada por los neofundamentalistas y evangelistas que han encontrado en el Presidente el me jor exponente de sus ideales a través de la nueva cruza da del Bien Contra el Mal. El 11-S ha servido para conso lidar sus aspiraciones de gobernar el mundo y crear un Nuevo Orden Mundial. También dentro de esta Admi nistración, han llegado a participar del poder toda una serie de «halcones» que están configurando una política proisraelí, ya que ven en el Estado de Israel la prepara ción del llamado Fin de los Días. Estos maniáticos fun damentalistas ven la dominación de Israel sobre Palesti na como un paso necesario hacia el cumplimiento del Milenio bíblico, consideran cualquier renuncia israelí de territorios en Palestina como un sacrilegio y ven la gue rra entre judíos y árabes como un preludio de inspira ción divina al Apocalipsis.

A lo largo de las páginas de este libro hablaré de estos personajes y de sus intereses políticos, religiosos y finan-cieros relativos a la puesta en marcha de ese Nuevo Orden Mundial. También mencionaré otros personajes de la po lítica mundial que han tenido un papel importante en los acontecimientos de la guerra contra Irak, unos a favor, otros en contra y otros haciendo simplemente bulto.

El neofundamentalismo y la política proisraelí de la Administración de Bush ha situado al Vaticano en una disyuntiva, sin embargo, la Santa Sede ha optado por una política clara, el apoyo al «no» a la guerra y el apo­yo al «sí» a las reivindicaciones del pueblo palestino. Roma ha tenido que elegir entre Alá o el Jehová de Isra­el; el primero considera a Jesús como un profeta, el se gundo niega su existencia igual que niega la de la Virgen María. Es evidente que la apuesta del Vaticano no podía estar al lado de Israel.

El problema principal de la Administración de Bush eran los grupos integristas que proliferan en el mundo is­lámico. Su obsesión Al Qaeda y Hamás, su infravalora-ción del wahabismo de Arabia Saudí. La guerra de Irak ha buscado una independencia del petróleo estadouni dense en manos de las familias saudíes, especialmente cuando se ha demostrado que las principales redes fi nancieras del terrorismo pasan por ese Estado situado entre el mar Rojo y el golfo Pérsico, donde los derechos más fundamentales de la mujer no son respetados, así como muchos otros derechos humanos.

Dentro de este contexto bélico y religioso, era necesa rio analizar las causas del odio a lo norteamericano. Un odio que se personaliza en el sistema, en sus valores, en su forma de imponer, en su arrogancia y en su intención manifiesta de querer transformar la vida y las tradiciones de todos los pueblos según los criterios de sus propios valores. Para ello, los Estados Unidos se valen de sus in fluencias, de su mercado, de la televisión y la cinemato grafía. Es a través del dominio de las comunicaciones como expanden sus valores particulares, unas comunicaciones que han utilizado ampliamente en la guerra de Irak, suprimiendo por la fuerza la presencia de periodis­tas independientes y otros canales televisivos que resul taban incómodos. Los estadounidenses tampoco duda ron en censurar en su propio país, la crueldad de la guerra, convirtiéndola en un reality show. A pesar de ello se enfrentaron a los inconvenientes de Al Yazira, la nue va cadena de televisión del mundo árabe y mahometano.

La guerra de Irak ha terminado con un vergonzoso re parto de su reconstrucción, y sin duda, aun tendrá otro interesado reparto de la explotación de los recursos pe trolíferos y acuíferos. ¿Qué confianza puede inspirar ese reparto si lo realiza un país que, en los últimos años, ha sufrido en sus corporaciones unos auténticos descala bros de corrupción que han alcanzado hasta a la misma cúpula del poder? Aún es pronto para calibrar las conse cuencias de esta guerra, aún es pronto para percibir qué desequilibrios geopolíticos generará. Los problemas de Estados Unidos no han terminado con el conflicto. El re naciente fervor shií en Irak ya es una seria advertencia del futuro inmediato.

En la última parte de este libro hablo de la necesidad de un nuevo cambio en los paradigmas políticos, de la importancia cada vez mayor que tienen los movimientos de protesta y reivindicación populares, cuyo máximo ex ponente reciente ha sido el «NO» a la guerra de Irak. También he querido insistir en las funestas consecuen cias que se producen cuando el poder está en manos de políticos mediocres. Los nuevos paradigmas nos llevan a la necesidad de replantearnos otra forma distinta de ac tuar en el mundo, ya que las evidencias de unilateralidad y prepotencia que se demuestran en cada acción política reciente nos advierten de que, paradójicamente, la socie dad civil ya no puede dejar la política sólo en manos de los políticos.

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