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Electra - El Reñidero
Electra y El Reñidero
Ser humano es ser tiempo, es transcurrir, y ser cons ciente de ello. La conciencia humana; que distingue pasado, presente y futuro, organiza su experiencia de vida y su lengua sobre ese criterio, unido al de las personas gramaticales (prime ra, segunda, tercera). Esa conciencia de la temporalidad, de la fugacidad del hombre, nos permite distinguirnos en otra tríada: dios-hombre-bestia. Los seres divinos son eternos (su falta de lí mite temporal se equipara con su poder infinito y su ubicuidad, su ser omnipresentes). Los animales no son conscientes de su temporalidad. El hombre organiza ritos sociales alrededor de sus límites temporales, del nacimiento y de la muerte.
El reconocimiento de los límites humanos coexiste con el afán de trascendencia, con el deseo de eternidad. Hasta tal pun to esto es así que la conciencia occidental, más precisamente, la griega que nos funda, imaginó una diosa que intenta seducir a un hombre con la eternidad: Calipso desafía el orden del mun do al ofrecerle a Odiseo no envejecer jamás. Ni Zeus se lo per mite, ni por ello deja Odiseo de desear volver a su tierra, a su reino humano, ni a su mujer mortal. El ser humano no ha rene gado de serlo.
La reafirmación de nuestra humanidad no implica una de posición del deseo de la trascendencia, del ansia de superar nuestra limitación temporal. Pero el hombre busca una manera humana de superar la muerte, la desaparición. Por una lado, se prolonga nuestra carne en los hijos. Por el otro, el ser humano hace supervivir su espíritu a través de la tradición.
La literatura intenta superar los límites humanos del tiem po y el espacio. Electra y El Reñidero. Un joven Orestes de allá lejos, de entonces (de Grecia, hace más de 3000 años) reapa rece en el barrio de Palermo, en Buenos Aires, en 1905. Una lec tura que pueda desplazarse desde el allá y entonces hasta su acá y ahora, reconociendo identidades y diferencias construye la tradición y la novedad que no puede distinguirse sino gracias a esa construcción.
Electra, de Sófocles
La tragedia griega alcanza en el siglo v a. C. una estructura que los mismos griegos de entonces canonizaban. Esquilo, Sófocles y Eurípides eran ensalzados por otros escritores, el Estado y la ciudadanía.
La estructura de la tragedia griega puede ser considerada desde dos puntos de vista: la estructura del texto dramático en sí (el escrito, que en el siglo V a. C. no se producía para un lec tor) y la del texto espectacular (el que se ve y se escucha sobre el escenario) de aquel siglo en la relación que la tragedia esta bleció con sus primeros espectadores.
La tragedia griega presenta familias en conflicto por gene raciones, porque con la sangre se hereda un destino, una mal dición o una responsabilidad. Desde esta perspectiva, la socie dad es presentada no en un equilibrio estático, sino en una si tuación límite, en un proceso de continua construcción y ajuste de la relación entre los individuos y las instituciones de su cul tura. En esa situación límite, la tensión se da entre la flexibilidad que debe permitir la sociedad y la rigidez que debe imponer a los individuos para sobrevivir, sostenerse. Esta tensión se cons truye sobre la base de un sistema de polaridades, de oposicio nes dicotómicas que en su lucha ponen en riesgo la seguridad del hombre fundada en el orden social: la inversión de roles se xuales, la alteración de relaciones familiares, la perversión de los ritos, la ambigüedad del uso de la lengua (que, en vez de co municar, engaña) convergen en una inestabilidad. A continuación, se presenta la historia que el texto de Electra supone conocida por su destinatario.
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