Contenido
Ray Bradbury • El Flautista
Alfred E. van Vogt • Proceso
Arthur C. Clarke • El Centinela
Robert Sheckley • La Séptima Víctima
Robert Abernathy • Combate Singular
Charles L. Fontenay • La Seda y la Canción
Jacques Sternberg • El Mundo Ha Cambiado
Fausto Cunha • Último Vuelo a Marte
Belcampo • Las Cosas al Poder
James G. Ballard • El Hombre Iluminado
David Masson • El Reposo del Viajero
Bob Shaw • Luz de Otros Días Perdidos
Thomas Disch • La Jaula de la Ardilla
Harlan Ellison • El Merodeador en la Ciudad al Borde del Mundo
John T. Sladek • Informe sobre las Migraciones del Material Educativo
George Alec Effinger • Todas las Guerras Definitivas a la Vez
Raphael A. Lafferty • Chirriantes Goznes del Mundo
Robert Silverberg • En las Fauces de la Entropía
Christopher Priest • La Cabeza y la Mano
Ursula K. Le Guin • Los que se van de Omelas
INTRODUCCIÓN
Acerca de los Problemas de una Antología y Algunas Cosas Más
ANTOLOGÍA: Colección de trozos escogidos de poesía o prosa.
(Diccionario de la Real Academia Española).
Realizar una antología puede ser una de las labores más sencillas del mundo..., o una de las más difíciles. Todo depen de de los criterios que se sigan. De hecho, una antología lite raria no suele ser más que una recopilación de relatos de distinta procedencia, reunidos según un determinado gusto o criterio. Por ello, en realidad, el único talento que debe reunir un antologista es la oportunidad de leer un determi nado número de relatos susceptibles de ser incluidos en ella, escoger los que más le gusten o crea más adecuados..., y simplemente publicarlos.
Pero a la hora de llevar a la práctica este sencillo esque ma básico de «cómo formar una antología», no todas las co sas resultan tan fáciles como parecería a simple vista. Por supuesto, un gran número de antologías se realizan siguiendo al pie de la letra este elemental enunciado; de hecho, y cen trándonos únicamente en el campo de la ciencia ficción, me atrevo a afirmar que, salvo escasas y honrosas excepciones, este es el sistema que se ha seguido durante años, al menos en los Estados Unidos, con la ventaja de trabajar siempre sobre relatos ya publicados anteriormente. Así nacieron la mayor parte de las antologías de Sam Moskowitz, las múlti ples antologías de Donald A. Wollheim y Terry Carr para la ACE, las anuales de Judith Merril, las que recogían «lo me jor de...» Sin embargo, siempre existe un compromiso entre la labor del antologista y el lector, y la aceptación por parte de este último del material ofrecido es lo que ha hecho que, a lo largo de los años, algunos nombres hayan alcanzado una notoria celebridad como antologistas, mientras que otros se hundían rápidamente en el más absoluto olvido.
Porque, en la confección de toda antología, hay una serie de elementos condicionantes que deben ser tenidos en cuenta.
Habiéndome introducido recientemente en este para mí hasta hoy inexplorado campo de la selección de libros y re latos, me gustaría hablarles un poco de mis experiencias personales, aprovechando la ocasión para hacer hincapié en algunos aspectos que demuestran cómo la labor de un an tologista (al menos de un antologista responsable) no es tan sencilla como a primera vista parece.
En primer lugar, existe el hecho incuestionable que una antología, esté firmada por quien esté firmada, es siem pre subjetiva. Desde siempre me han hecho mucha gracia los eufemismos tipo «Lo mejor de...», aplicados a una selec ción de relatos literarios. Teniendo en cuenta la diversidad de criterios, gustos y preferencias del lector medio, cualquier antología que pretenda ofrecer «Lo mejor de...» debería cali ficarse en realidad como «Lo mejor según...», y a continua ción el nombre del seleccionador de turno. Porque cada antologista tiene sus preferencias, y por muy imparcial que quiera ser a la hora de efectuar su elección siempre deja que sus gustos particulares asomen en el conjunto resultante. Las antologías de John Campbell, por ejemplo, estuvieron desde un principio circunscritas a una S. F. eminentemente científica, mientras que las de Sam Moskowitz se han limitado a ser siempre antologías tradicionalistas de autores tra dicionales, y Judith Merril ha adquirido fama por unos gus tos muy particulares a la hora de escoger sus relatos. Harlan Ellison nunca podrá sustraerse a su afición hacia lo raro y extravagante, y Dangerous Visions (de la que hablaré en más de una ocasión) es un ejemplo casi alucinante de ello. Quizá las antologías menos condicionadas en este aspecto dentro del campo de la S. F. sean las de Donald A. Wollheim, debido a que su labor de años como editor (en los Estados Unidos, se llama editor al responsable de una colección, al director literario) de las series de Ace Books le han hecho terminar prescindiendo de sus gustos personales para ir a buscar los de las mass media; sin embargo, sus antologías han pecado siempre del defecto de la despersonalización, ya que en ellas ha estado presente más la comercialidad que la calidad, dando muchas veces como resultado un producto híbrido que se lee con agrado, pero que se olvida tan rápidamente como se deja en un estante de la biblioteca.
Otro gran condicionante del antologista es la obtención de los derechos de publicación. Una antología que se limite a ofrecer «Lo mejor de la revista...» (y aquí el nombre de la revista en cuestión), no tendrá más problemas que las pre ferencias del seleccionador, e incluso esto es muy relativo, ya que generalmente estas antologías son efectuadas por el pro pio seleccionador del material de la revista en sí, que tiene ya un criterio particular que condiciona a la propia revista; e incluso este relativismo es relativo a su vez, ya que en la mayor parte de las veces la selección se efectúa no a tenor de los gustos personales de nadie, sino simplemente según la acogida que los distintos relatos publicados han tenido entre el público lector.
Pero cuando alguien intenta crear una antología perso nal, tropieza con las dificultades, muchas veces insalvables, de adquirir los derechos. Muchos antologistas estadouniden ses no tienen demasiados problemas en este aspecto debido a que conocen personalmente a casi todos los autores seleccionados y pueden solicitar directamente su autorización (lo cual sin embargo hace que muchas veces publiquen tan sólo relatos de sus amigos, prescindiendo de los demás). Pero cuando se trata de crear una antología de autores extranjeros (en el caso de España, de autores yankees por ejemplo), los problemas son mayores: hay que averiguar primero qué agen te literario representa a los autores, quién posee los derechos de una obra en particular, a quién hay que dirigirse para obtener un determinado texto. Y muchas veces estos derechos no llegan a conseguirse nunca, ya sea porque el copyright ha sido cedido a otro editor, por exigir unas royalties excesivos, o incluso por no conseguir saber quién es el agente literario o el representante de un determinado autor, o más sencilla mente porque, al solicitar los derechos de una obra de poca extensión (lo cual hace evidentemente que el precio que se puede pagar por estos derechos no sea demasiado elevado), el agente de turno considere que su comisión es tan poco im portante que ni siquiera vale la pena contestar a la petición..., y simplemente no la conteste. Como ilustración a esto puedo afirmarles que, para esta antología, he intentado contratar más de un 150 % del volumen de lo que finalmente ve la luz, teniendo que dejar el resto en reserva simplemente por que no he conseguido obtener los derechos de publicación en lengua española.
Y, finalmente, están los condicionantes que plantea la na turaleza de la antología en sí. Este creo que es el punto más importante a la hora de elaborar una antología, y me gus taría extenderme un poco sobre él.
Recientemente he realizado algunas selecciones de relatos para muy diversos sitios, y he podido darme cuenta de las diferencias fundamentales que pueden existir entre una an tología y otra de naturaleza aparentemente similar. De he cho, debo confesar que esta Antología no euclidiana / 1 ha nacido como resultado de estas experiencias.
Intentaré explicarme. En verdad, incluso teniendo en cuen ta todos los condicionantes hasta aquí enumerados, el reali zar una antología no es una tarea excesivamente difícil. Si uno decide realizar una antología sobre robots, por ejemplo, lo único que tiene que hacer en principio es leer una cierta cantidad de relatos que versen sobre robots. La experiencia me ha demostrado que un antologista consciente de su res ponsabilidad de tal leerá como mínimo de un 500 a un 800 % del material que proyecte publicar. En líneas generales, un 20 % de este total podrá ser desechado ya a menos de un tercio de su lectura, aunque un buen antologista sufrirá y se irritará y lo seguirá leyendo pese a todo hasta el final antes de rechazarlo definitivamente.
Una vez terminada la lectura de este material, acostum brará a encontrarse ante una serie de relatos válidos que representarán de un 150 a un 200 % de la extensión de la antología final. Entonces iniciará su peregrinaje en busca de los derechos. Si tiene suerte, los contratos que consiga le permitirán cubrir con creces la extensión requerida por la antología, y podrá darse incluso el lujo de desechar los que considere menos adecuados y hacer una selección aún más rigurosa. Desgraciadamente, la mayor parte de las veces conseguirá tan sólo llenar de un 70 a un 80 % de la extensión total, y entonces deberá recurrir como último recurso a algunos relatos desechados en principio con la mención de «no, aunque...», y entonces la calidad global de la antología se resentirá.
Por supuesto, este problema puede obviarse mediante la adquisición de material «en bloque». No me refiero a las an tologías compradas incluso con el nombre de su antologista original (en lengua española se han publicado un número suficiente de ellas), sino las seleccionadas por un antologista autóctono aunque sobre la base limitativa de un material determinado. En España, por ejemplo, tenemos como ejem plo de ello las realizadas por Editorial Bruguera sobre ma terial del Magazine of Fantasy and Science Fiction. Carlo Frabetti, responsable de estas antologías, tiene el trabajo, que no es poco, de leer ingentes cantidades de números atra sados de la revista en cuestión, pero sabe que nunca tendrá problemas con los derechos. Aunque ello presente un riesgo: el de las duplicidades. Un mismo relato puede ser adquirido por varios canales distintos (el propio autor, su agente lite rario, la revista que lo publicó la primera vez, la publicación en bloque de una antología donde se halla incluido...), de modo que la duplicidad es cosa frecuente. Un buen relato es siempre un buen relato, por supuesto, pero cuando un lector adquiere una antología y descubre que un determinado tanto por ciento de la misma ya ha aparecido en otros lugares no puede evitar una cierta desilusión, y muchas veces el vago sentimiento de haber sido estafado.
Con esto creo que estoy entrando de lleno en la materia que quería tratar: la gestación particular de esta antología. No con ansias de justificarme, cosa que creo absolutamente innecesaria, sino porque considero que las interioridades que marcan la creación de cualquier tipo de obra, y que la mayor parte de las veces quedan ocultas para el lector, son muchas veces dignas de ser sacadas a la luz.
Voy a hablar pues un poco de esta antología en particu lar: las causas que han motivado su aparición, y las circuns tancias que la han condicionado hasta darle su forma defi nitiva.
Hasta ahora, en España se han publicado muy pocas An tologías (así, con mayúscula) de ciencia ficción. Puedo citar entre las más notables la de Editorial Labor (muy interesan te, teniendo en cuenta el tiempo en que fue publicada), la de Castellote Editor (que tiene el gran defecto de estar consti tuida casi enteramente por material ya publicado en lengua española), las veinte selecciones de Ediciones Acervo (aunque sus últimos volúmenes fueron una simple traducción de otras antologías foráneas), y algunas antologías más o menos discutibles centradas exclusivamente en material de procedencia española. Todas las demás antologías que han aparecido se han li mitado a traducir otras antologías confeccionadas en el ex tranjero o basadas en material de una procedencia muy determinada y, por ello, básicamente limitadas.
Sobre este presupuesto, y deseando realizar una antología (o una serie de antologías si esta primera cuajaba, y de ahí el añadido de una numeración: /1) que tuviera una persona lidad propia, me planteé una serie de condiciones. En pri mer lugar, lo que había que desechar. Cuando alguien em prende la tarea de edificar una antología su primer pensa miento es crear algo del tipo «Lo mejor de la ciencia fic ción...», y elegir los relatos más representativos del género. Es algo muy autosatisfactorio, capaz de llenarle a uno de una buena dosis de legítimo orgullo. Además, es fácil de rea lizar: no hace falta buscar ni perseguir, sólo picar de aquí y de allá. Pero no es honesto. En primer lugar, lo más repre sentativo del género, salvo muy pocas excepciones, se halla ya publicado en lengua española, gran parte de ello más de una vez, y es conocido por un sector bastante amplio del público. ¿Cuál puede ser la validez de una antología tal? ¿Qué interés puede tener el reunir un ramillete de relatos muy conocidos, de autores muy famosos, que ya casi todo el mundo ha leído?
Claro que también puede partirse de una base distinta de trabajo: elegir autores y no obras. Una sabrosa antología re pleta de nombres archiconocidos es también muy satisfacto ria para el seleccionador, aunque presenta igualmente sus problemas. Los mejores relatos de los autores «consagrados» se hallan ya publicados en español, y los relatos de dichos autores que aún no han sido traducidos es porque general mente no merecen dicha traducción, y pertenecen a la pro ducción menor de sus respectivas plumas. Me siento capaz, en este mismo momento, de confeccionar a ojos cerrados una antología cargada con un plantel de grandes nombres, que pese a ello parecerá escrita por los más noveles de los debutantes. Sinceramente no me atrevo.
Así pues, en este caso en particular no me quedaba más remedio que adentrarme por los caminos de lo «personal...», es decir, dejar a un lado condicionamientos más o menos éticos y dar rienda suelta a la subjetividad. Cuando uno ha leído una cantidad respetable de relatos de S. F. de todas cla ses, se ve capaz de construir una antología que responda a la premisa (muy personal, por cierto) de «Lo que más me ha gustado de...» Naturalmente, esto puede elevarse a rango universal, y uno puede convertir ingenuamente los gustos personales en ley, como han hecho muchos antologistas que han dado el marchamo de «Lo mejor de...» a una selección de relatos que simplemente gozan de sus preferencias. Pero tampoco la considero una postura honesta. Evidencia una cierta falta de ecuanimidad, aparte de un notorio engreimiento.
Uno puede también renunciar a todos los honores y limi tarse a ofrecer una antología de relatos que simplemente superen un cierto nivel de calidad, el cual será más o me nos alto según las exigencias del seleccionador y las carac terísticas de la colección a la que vaya destinada. Esto, sin embargo, es en el fondo hacer una revista literaria en forma de libro. De hecho, es hacer una antología sin hacer una antología: es hacer una simple selección.
Queda finalmente el recurso de acogerse a un tema de terminado o a un autor en particular. En los momentos ac tuales, lo primero lo está haciendo ya otro editor, publican do una serie de volúmenes con el pomposo título de Antolo gía Temática de la Ciencia Ficción (por cierto con una selec ción bastante acertada, aunque la presentación de los libros deje mucho que desear); en cuanto a lo segundo, un com pañero en las lides literarias, Marcial Souto Tizón, está pre parando desde el otro lado del charco una serie de antologías basadas en esta premisa, la primera de las cuales, dedicada a Damon Knight, aparecerá dentro de poco en esta misma colección.
Como ven, cuando uno intenta ser exigente, o al menos honesto consigo mismo, el crear una antología válida se re vela como algo más bien complejo. Todas las reflexiones apun tadas hasta aquí han sido las que, por eliminación, han ido madurando la concepción de esta Antología No Euclidiana/1 hasta darle su forma actual, fruto simplemente de una me ditación personal de la que me hago enteramente respon sable.
¿Pero por qué no euclidiana? Imagino que se me acusará de un cierto retorcimiento mental y de un gusto por lo re buscado por este título, y desearía razonarlo. En España, en lo que a la ciencia ficción se refiere (como en muchas otras cosas, por desgracia), vivimos anclados en un pasado inamo vible. Nos alimentamos con los autores, relatos, tendencias y modas de los dorados años cincuenta, con apenas alguna que otra esporádica incursión a estilos literarios más modernos, tímida y vacilante. La ruptura se está haciendo cada vez más necesaria.
Así pues, me planteé (de una forma puramente personal), la posibilidad de crear una antología que se distinguiera de las habituales por dos características básicas: 1), que los relatos incluidos en ella tuvieran, además de una calidad li teraria reconocida, una originalidad que los situara al mar gen de los cánones por los que suelen medirse los relatos de S. F., y 2), que su ordenación formara como una rampa de lan zamiento que permitiera al lector, aún al no preparado, in troducirse sin un esfuerzo excesivo en estos nuevos rumbos que está tomando la ciencia ficción mundial.
Debo apresurarme a reconocer, antes que ningún lector ponga el grito en el cielo, que ninguna de estas dos caracte rísticas es en absoluto nueva. De hecho, han sido ya experi mentadas en diversas ocasiones en los Estados Unidos, y habitualmente con un apreciable éxito. Harlan Ellison, por ejem plo, partió de un postulado similar al primer enunciado para confeccionar su controvertida antología Dangerous Visions: eligió una serie de relatos inéditos (hasta entonces las antologías de S. F. yankees solían formarse a base de relatos ya publicados), a los que les exigió, aparte de una calidad literaria, una característica muy poco usual: que se tratara de relatos cuya índole (temática, experimentación estilística, etc.) hicie ra que no pudieran tener cabida en ninguna de las revistas profesionales del género que se editaban en el país. El resul tado fue una antología que aún hoy es citada como rupturista, y que ha marcado una pauta para posteriores intentos similares. De hecho, no me avergüenza confesar que me he mirado a menudo en el espejo de Ellison para confeccionar el presente volumen, y lo único que desearía es que esta antología pudiera tener en España la misma resonancia que la de Ellison tuvo en los Estados Unidos hace nueve años.
Tampoco la ordenación es una idea nueva, aunque en este punto me haya basado en una experiencia puramente personal. Generalmente, las antologías suelen ordenarse de dos formas clásicas: o bien por orden alfabético de autores, lo cual es cómodo y no reporta ningún problema con nadie, o bien siguiendo un orden arbitrario que normalmente es establecido por el propio antologista según un criterio par ticular de contraste, identidad o alternancia de los relatos. Por mi parte, hace ya algunos años, traduje para un editor español hoy desaparecido una antología bastante anodina que había adquirido a Sam Moskowitz. La antología, creada se gún los postulados algo anacrónicos propios de Moskowitz, englobaba indiscriminadamente relatos de muy distintas épo cas, algunos de los cuales olían ya brutalmente a rancio. Des contento de la antología en su conjunto, propuse al editor reordenar los relatos, rompiendo la arbitraria sucesión esta blecida por Moskowitz y disponiéndolos según sus fechas de publicación, al tiempo que cambiaba su título original, Masterpieces of S. F., por el de 30 años de ciencia ficción, dándole así un acusado carácter histórico-evolutivo. Debo confesar que, aún siendo la misma antología de antes, adquirió una nueva dimensión, y me sentí satisfecho de mi labor.
Esto me ha hecho pensar desde entonces que la ordenación temporal de unos relatos puede ser, en una mayoría de casos, un importante medio auxiliar de conseguir una nueva comprensión de una antología. Así lo han comprendido también algunos pocos pero conocidos escritores y antologistas norteamericanos (con los que en ningún momento quiero compararme), entre los cuales debo destacar a Nor man Spinrad y su Modern Science Fiction, que aunque no siga estrictamente una rígida sucesión temporal me dio la confirmación que mi idea era válida.
En resumen (porque me doy cuenta que esta introduc ción se está alargando excesivamente, con la amenaza que el volumen termine estrellándose contra la pared más pró xima o vaya a parar el cesto de los papeles antes incluso de haberse iniciado su verdadera lectura), lo que he intentado reflejar hablándoles de los problemas que presenta la crea ción de una antología que se pretenda válida es que esta antología, dejando aparte posibles alabanzas, glorificaciones y loas estúpidas a su seleccionador, que soy yo, reúne, a mi modo de ver, tres características básicas que le confieren su personalidad, y que es importante tenerlas en cuenta:
a) Esta antología no pretende en ningún momento ser representativa, sino tan sólo ilustrativa. Afirmo categórica mente que no existen las antologías representativas, a menos que sean efectuadas sobre textos históricos, o, utilizando una palabra bastante degradada, clásicos. Todo lo demás no son más que simples aproximaciones subjetivas.
b) Esta antología refleja, inevitablemente, los gustos per sonales de su creador, y soy consciente de ello, y lo admito con pleno conocimiento de causa, tanto en lo que pueda te ner de bueno como de malo.
Y
c) Lo más importante, la principal razón de ser de esta antología, la que ha motivado su aparición, ha sido la pre tensión de ofrecer en lengua española una serie de textos inéditos cuya temática o estilística los sitúan más allá de los cánones clásicos por los que se juzga, a la ciencia ficción tradicional (de ahí su calificativo de no euclidiana), desarro llando al mismo tiempo un panorama global de los derroteros que ha seguido el género en su camino desde una concepción clásica (la ciencia ficción) hasta una concepción experimen tal (la ficción especulativa), a la que me adhiero totalmente.
En confianza, debo decirles que, ante el producto acaba do, me siento satisfecho del resultado obtenido, aunque ello pueda parecer una imperdonable inmodestia. Lo único que espero ahora es que el éxito que pueda tener este intento me permita, en un futuro, elaborar otros trabajos semejantes, enfocados cada uno de ellos bajo una órbita distinta. Since ramente, creo que son necesarios. Hasta ahora se ha hecho muy poco en España en este campo. La profesión de antologista (el editor norteamericano al que antes me he referido) ha permanecido desconocida en nuestro país durante muchos años, aunque últimamente los editores empiezan a darse cuenta de su necesidad. No pretendo erigirme en pionero en este campo: simplemente, he aprovechado la oportunidad que se me ha ofrecido de dar un primer paso que a otros (quizá más cualificados que yo) aún les está vedado. Me gustaría que cundiera el ejemplo. Nada estimula más que la compe tencia.
Domingo Santos.
(Diccionario de la Real Academia Española).
Realizar una antología puede ser una de las labores más sencillas del mundo..., o una de las más difíciles. Todo depen de de los criterios que se sigan. De hecho, una antología lite raria no suele ser más que una recopilación de relatos de distinta procedencia, reunidos según un determinado gusto o criterio. Por ello, en realidad, el único talento que debe reunir un antologista es la oportunidad de leer un determi nado número de relatos susceptibles de ser incluidos en ella, escoger los que más le gusten o crea más adecuados..., y simplemente publicarlos.
Pero a la hora de llevar a la práctica este sencillo esque ma básico de «cómo formar una antología», no todas las co sas resultan tan fáciles como parecería a simple vista. Por supuesto, un gran número de antologías se realizan siguiendo al pie de la letra este elemental enunciado; de hecho, y cen trándonos únicamente en el campo de la ciencia ficción, me atrevo a afirmar que, salvo escasas y honrosas excepciones, este es el sistema que se ha seguido durante años, al menos en los Estados Unidos, con la ventaja de trabajar siempre sobre relatos ya publicados anteriormente. Así nacieron la mayor parte de las antologías de Sam Moskowitz, las múlti ples antologías de Donald A. Wollheim y Terry Carr para la ACE, las anuales de Judith Merril, las que recogían «lo me jor de...» Sin embargo, siempre existe un compromiso entre la labor del antologista y el lector, y la aceptación por parte de este último del material ofrecido es lo que ha hecho que, a lo largo de los años, algunos nombres hayan alcanzado una notoria celebridad como antologistas, mientras que otros se hundían rápidamente en el más absoluto olvido.
Porque, en la confección de toda antología, hay una serie de elementos condicionantes que deben ser tenidos en cuenta.
Habiéndome introducido recientemente en este para mí hasta hoy inexplorado campo de la selección de libros y re latos, me gustaría hablarles un poco de mis experiencias personales, aprovechando la ocasión para hacer hincapié en algunos aspectos que demuestran cómo la labor de un an tologista (al menos de un antologista responsable) no es tan sencilla como a primera vista parece.
En primer lugar, existe el hecho incuestionable que una antología, esté firmada por quien esté firmada, es siem pre subjetiva. Desde siempre me han hecho mucha gracia los eufemismos tipo «Lo mejor de...», aplicados a una selec ción de relatos literarios. Teniendo en cuenta la diversidad de criterios, gustos y preferencias del lector medio, cualquier antología que pretenda ofrecer «Lo mejor de...» debería cali ficarse en realidad como «Lo mejor según...», y a continua ción el nombre del seleccionador de turno. Porque cada antologista tiene sus preferencias, y por muy imparcial que quiera ser a la hora de efectuar su elección siempre deja que sus gustos particulares asomen en el conjunto resultante. Las antologías de John Campbell, por ejemplo, estuvieron desde un principio circunscritas a una S. F. eminentemente científica, mientras que las de Sam Moskowitz se han limitado a ser siempre antologías tradicionalistas de autores tra dicionales, y Judith Merril ha adquirido fama por unos gus tos muy particulares a la hora de escoger sus relatos. Harlan Ellison nunca podrá sustraerse a su afición hacia lo raro y extravagante, y Dangerous Visions (de la que hablaré en más de una ocasión) es un ejemplo casi alucinante de ello. Quizá las antologías menos condicionadas en este aspecto dentro del campo de la S. F. sean las de Donald A. Wollheim, debido a que su labor de años como editor (en los Estados Unidos, se llama editor al responsable de una colección, al director literario) de las series de Ace Books le han hecho terminar prescindiendo de sus gustos personales para ir a buscar los de las mass media; sin embargo, sus antologías han pecado siempre del defecto de la despersonalización, ya que en ellas ha estado presente más la comercialidad que la calidad, dando muchas veces como resultado un producto híbrido que se lee con agrado, pero que se olvida tan rápidamente como se deja en un estante de la biblioteca.
Otro gran condicionante del antologista es la obtención de los derechos de publicación. Una antología que se limite a ofrecer «Lo mejor de la revista...» (y aquí el nombre de la revista en cuestión), no tendrá más problemas que las pre ferencias del seleccionador, e incluso esto es muy relativo, ya que generalmente estas antologías son efectuadas por el pro pio seleccionador del material de la revista en sí, que tiene ya un criterio particular que condiciona a la propia revista; e incluso este relativismo es relativo a su vez, ya que en la mayor parte de las veces la selección se efectúa no a tenor de los gustos personales de nadie, sino simplemente según la acogida que los distintos relatos publicados han tenido entre el público lector.
Pero cuando alguien intenta crear una antología perso nal, tropieza con las dificultades, muchas veces insalvables, de adquirir los derechos. Muchos antologistas estadouniden ses no tienen demasiados problemas en este aspecto debido a que conocen personalmente a casi todos los autores seleccionados y pueden solicitar directamente su autorización (lo cual sin embargo hace que muchas veces publiquen tan sólo relatos de sus amigos, prescindiendo de los demás). Pero cuando se trata de crear una antología de autores extranjeros (en el caso de España, de autores yankees por ejemplo), los problemas son mayores: hay que averiguar primero qué agen te literario representa a los autores, quién posee los derechos de una obra en particular, a quién hay que dirigirse para obtener un determinado texto. Y muchas veces estos derechos no llegan a conseguirse nunca, ya sea porque el copyright ha sido cedido a otro editor, por exigir unas royalties excesivos, o incluso por no conseguir saber quién es el agente literario o el representante de un determinado autor, o más sencilla mente porque, al solicitar los derechos de una obra de poca extensión (lo cual hace evidentemente que el precio que se puede pagar por estos derechos no sea demasiado elevado), el agente de turno considere que su comisión es tan poco im portante que ni siquiera vale la pena contestar a la petición..., y simplemente no la conteste. Como ilustración a esto puedo afirmarles que, para esta antología, he intentado contratar más de un 150 % del volumen de lo que finalmente ve la luz, teniendo que dejar el resto en reserva simplemente por que no he conseguido obtener los derechos de publicación en lengua española.
Y, finalmente, están los condicionantes que plantea la na turaleza de la antología en sí. Este creo que es el punto más importante a la hora de elaborar una antología, y me gus taría extenderme un poco sobre él.
Recientemente he realizado algunas selecciones de relatos para muy diversos sitios, y he podido darme cuenta de las diferencias fundamentales que pueden existir entre una an tología y otra de naturaleza aparentemente similar. De he cho, debo confesar que esta Antología no euclidiana / 1 ha nacido como resultado de estas experiencias.
Intentaré explicarme. En verdad, incluso teniendo en cuen ta todos los condicionantes hasta aquí enumerados, el reali zar una antología no es una tarea excesivamente difícil. Si uno decide realizar una antología sobre robots, por ejemplo, lo único que tiene que hacer en principio es leer una cierta cantidad de relatos que versen sobre robots. La experiencia me ha demostrado que un antologista consciente de su res ponsabilidad de tal leerá como mínimo de un 500 a un 800 % del material que proyecte publicar. En líneas generales, un 20 % de este total podrá ser desechado ya a menos de un tercio de su lectura, aunque un buen antologista sufrirá y se irritará y lo seguirá leyendo pese a todo hasta el final antes de rechazarlo definitivamente.
Una vez terminada la lectura de este material, acostum brará a encontrarse ante una serie de relatos válidos que representarán de un 150 a un 200 % de la extensión de la antología final. Entonces iniciará su peregrinaje en busca de los derechos. Si tiene suerte, los contratos que consiga le permitirán cubrir con creces la extensión requerida por la antología, y podrá darse incluso el lujo de desechar los que considere menos adecuados y hacer una selección aún más rigurosa. Desgraciadamente, la mayor parte de las veces conseguirá tan sólo llenar de un 70 a un 80 % de la extensión total, y entonces deberá recurrir como último recurso a algunos relatos desechados en principio con la mención de «no, aunque...», y entonces la calidad global de la antología se resentirá.
Por supuesto, este problema puede obviarse mediante la adquisición de material «en bloque». No me refiero a las an tologías compradas incluso con el nombre de su antologista original (en lengua española se han publicado un número suficiente de ellas), sino las seleccionadas por un antologista autóctono aunque sobre la base limitativa de un material determinado. En España, por ejemplo, tenemos como ejem plo de ello las realizadas por Editorial Bruguera sobre ma terial del Magazine of Fantasy and Science Fiction. Carlo Frabetti, responsable de estas antologías, tiene el trabajo, que no es poco, de leer ingentes cantidades de números atra sados de la revista en cuestión, pero sabe que nunca tendrá problemas con los derechos. Aunque ello presente un riesgo: el de las duplicidades. Un mismo relato puede ser adquirido por varios canales distintos (el propio autor, su agente lite rario, la revista que lo publicó la primera vez, la publicación en bloque de una antología donde se halla incluido...), de modo que la duplicidad es cosa frecuente. Un buen relato es siempre un buen relato, por supuesto, pero cuando un lector adquiere una antología y descubre que un determinado tanto por ciento de la misma ya ha aparecido en otros lugares no puede evitar una cierta desilusión, y muchas veces el vago sentimiento de haber sido estafado.
Con esto creo que estoy entrando de lleno en la materia que quería tratar: la gestación particular de esta antología. No con ansias de justificarme, cosa que creo absolutamente innecesaria, sino porque considero que las interioridades que marcan la creación de cualquier tipo de obra, y que la mayor parte de las veces quedan ocultas para el lector, son muchas veces dignas de ser sacadas a la luz.
Voy a hablar pues un poco de esta antología en particu lar: las causas que han motivado su aparición, y las circuns tancias que la han condicionado hasta darle su forma defi nitiva.
Hasta ahora, en España se han publicado muy pocas An tologías (así, con mayúscula) de ciencia ficción. Puedo citar entre las más notables la de Editorial Labor (muy interesan te, teniendo en cuenta el tiempo en que fue publicada), la de Castellote Editor (que tiene el gran defecto de estar consti tuida casi enteramente por material ya publicado en lengua española), las veinte selecciones de Ediciones Acervo (aunque sus últimos volúmenes fueron una simple traducción de otras antologías foráneas), y algunas antologías más o menos discutibles centradas exclusivamente en material de procedencia española. Todas las demás antologías que han aparecido se han li mitado a traducir otras antologías confeccionadas en el ex tranjero o basadas en material de una procedencia muy determinada y, por ello, básicamente limitadas.
Sobre este presupuesto, y deseando realizar una antología (o una serie de antologías si esta primera cuajaba, y de ahí el añadido de una numeración: /1) que tuviera una persona lidad propia, me planteé una serie de condiciones. En pri mer lugar, lo que había que desechar. Cuando alguien em prende la tarea de edificar una antología su primer pensa miento es crear algo del tipo «Lo mejor de la ciencia fic ción...», y elegir los relatos más representativos del género. Es algo muy autosatisfactorio, capaz de llenarle a uno de una buena dosis de legítimo orgullo. Además, es fácil de rea lizar: no hace falta buscar ni perseguir, sólo picar de aquí y de allá. Pero no es honesto. En primer lugar, lo más repre sentativo del género, salvo muy pocas excepciones, se halla ya publicado en lengua española, gran parte de ello más de una vez, y es conocido por un sector bastante amplio del público. ¿Cuál puede ser la validez de una antología tal? ¿Qué interés puede tener el reunir un ramillete de relatos muy conocidos, de autores muy famosos, que ya casi todo el mundo ha leído?
Claro que también puede partirse de una base distinta de trabajo: elegir autores y no obras. Una sabrosa antología re pleta de nombres archiconocidos es también muy satisfacto ria para el seleccionador, aunque presenta igualmente sus problemas. Los mejores relatos de los autores «consagrados» se hallan ya publicados en español, y los relatos de dichos autores que aún no han sido traducidos es porque general mente no merecen dicha traducción, y pertenecen a la pro ducción menor de sus respectivas plumas. Me siento capaz, en este mismo momento, de confeccionar a ojos cerrados una antología cargada con un plantel de grandes nombres, que pese a ello parecerá escrita por los más noveles de los debutantes. Sinceramente no me atrevo.
Así pues, en este caso en particular no me quedaba más remedio que adentrarme por los caminos de lo «personal...», es decir, dejar a un lado condicionamientos más o menos éticos y dar rienda suelta a la subjetividad. Cuando uno ha leído una cantidad respetable de relatos de S. F. de todas cla ses, se ve capaz de construir una antología que responda a la premisa (muy personal, por cierto) de «Lo que más me ha gustado de...» Naturalmente, esto puede elevarse a rango universal, y uno puede convertir ingenuamente los gustos personales en ley, como han hecho muchos antologistas que han dado el marchamo de «Lo mejor de...» a una selección de relatos que simplemente gozan de sus preferencias. Pero tampoco la considero una postura honesta. Evidencia una cierta falta de ecuanimidad, aparte de un notorio engreimiento.
Uno puede también renunciar a todos los honores y limi tarse a ofrecer una antología de relatos que simplemente superen un cierto nivel de calidad, el cual será más o me nos alto según las exigencias del seleccionador y las carac terísticas de la colección a la que vaya destinada. Esto, sin embargo, es en el fondo hacer una revista literaria en forma de libro. De hecho, es hacer una antología sin hacer una antología: es hacer una simple selección.
Queda finalmente el recurso de acogerse a un tema de terminado o a un autor en particular. En los momentos ac tuales, lo primero lo está haciendo ya otro editor, publican do una serie de volúmenes con el pomposo título de Antolo gía Temática de la Ciencia Ficción (por cierto con una selec ción bastante acertada, aunque la presentación de los libros deje mucho que desear); en cuanto a lo segundo, un com pañero en las lides literarias, Marcial Souto Tizón, está pre parando desde el otro lado del charco una serie de antologías basadas en esta premisa, la primera de las cuales, dedicada a Damon Knight, aparecerá dentro de poco en esta misma colección.
Como ven, cuando uno intenta ser exigente, o al menos honesto consigo mismo, el crear una antología válida se re vela como algo más bien complejo. Todas las reflexiones apun tadas hasta aquí han sido las que, por eliminación, han ido madurando la concepción de esta Antología No Euclidiana/1 hasta darle su forma actual, fruto simplemente de una me ditación personal de la que me hago enteramente respon sable.
¿Pero por qué no euclidiana? Imagino que se me acusará de un cierto retorcimiento mental y de un gusto por lo re buscado por este título, y desearía razonarlo. En España, en lo que a la ciencia ficción se refiere (como en muchas otras cosas, por desgracia), vivimos anclados en un pasado inamo vible. Nos alimentamos con los autores, relatos, tendencias y modas de los dorados años cincuenta, con apenas alguna que otra esporádica incursión a estilos literarios más modernos, tímida y vacilante. La ruptura se está haciendo cada vez más necesaria.
Así pues, me planteé (de una forma puramente personal), la posibilidad de crear una antología que se distinguiera de las habituales por dos características básicas: 1), que los relatos incluidos en ella tuvieran, además de una calidad li teraria reconocida, una originalidad que los situara al mar gen de los cánones por los que suelen medirse los relatos de S. F., y 2), que su ordenación formara como una rampa de lan zamiento que permitiera al lector, aún al no preparado, in troducirse sin un esfuerzo excesivo en estos nuevos rumbos que está tomando la ciencia ficción mundial.
Debo apresurarme a reconocer, antes que ningún lector ponga el grito en el cielo, que ninguna de estas dos caracte rísticas es en absoluto nueva. De hecho, han sido ya experi mentadas en diversas ocasiones en los Estados Unidos, y habitualmente con un apreciable éxito. Harlan Ellison, por ejem plo, partió de un postulado similar al primer enunciado para confeccionar su controvertida antología Dangerous Visions: eligió una serie de relatos inéditos (hasta entonces las antologías de S. F. yankees solían formarse a base de relatos ya publicados), a los que les exigió, aparte de una calidad literaria, una característica muy poco usual: que se tratara de relatos cuya índole (temática, experimentación estilística, etc.) hicie ra que no pudieran tener cabida en ninguna de las revistas profesionales del género que se editaban en el país. El resul tado fue una antología que aún hoy es citada como rupturista, y que ha marcado una pauta para posteriores intentos similares. De hecho, no me avergüenza confesar que me he mirado a menudo en el espejo de Ellison para confeccionar el presente volumen, y lo único que desearía es que esta antología pudiera tener en España la misma resonancia que la de Ellison tuvo en los Estados Unidos hace nueve años.
Tampoco la ordenación es una idea nueva, aunque en este punto me haya basado en una experiencia puramente personal. Generalmente, las antologías suelen ordenarse de dos formas clásicas: o bien por orden alfabético de autores, lo cual es cómodo y no reporta ningún problema con nadie, o bien siguiendo un orden arbitrario que normalmente es establecido por el propio antologista según un criterio par ticular de contraste, identidad o alternancia de los relatos. Por mi parte, hace ya algunos años, traduje para un editor español hoy desaparecido una antología bastante anodina que había adquirido a Sam Moskowitz. La antología, creada se gún los postulados algo anacrónicos propios de Moskowitz, englobaba indiscriminadamente relatos de muy distintas épo cas, algunos de los cuales olían ya brutalmente a rancio. Des contento de la antología en su conjunto, propuse al editor reordenar los relatos, rompiendo la arbitraria sucesión esta blecida por Moskowitz y disponiéndolos según sus fechas de publicación, al tiempo que cambiaba su título original, Masterpieces of S. F., por el de 30 años de ciencia ficción, dándole así un acusado carácter histórico-evolutivo. Debo confesar que, aún siendo la misma antología de antes, adquirió una nueva dimensión, y me sentí satisfecho de mi labor.
Esto me ha hecho pensar desde entonces que la ordenación temporal de unos relatos puede ser, en una mayoría de casos, un importante medio auxiliar de conseguir una nueva comprensión de una antología. Así lo han comprendido también algunos pocos pero conocidos escritores y antologistas norteamericanos (con los que en ningún momento quiero compararme), entre los cuales debo destacar a Nor man Spinrad y su Modern Science Fiction, que aunque no siga estrictamente una rígida sucesión temporal me dio la confirmación que mi idea era válida.
En resumen (porque me doy cuenta que esta introduc ción se está alargando excesivamente, con la amenaza que el volumen termine estrellándose contra la pared más pró xima o vaya a parar el cesto de los papeles antes incluso de haberse iniciado su verdadera lectura), lo que he intentado reflejar hablándoles de los problemas que presenta la crea ción de una antología que se pretenda válida es que esta antología, dejando aparte posibles alabanzas, glorificaciones y loas estúpidas a su seleccionador, que soy yo, reúne, a mi modo de ver, tres características básicas que le confieren su personalidad, y que es importante tenerlas en cuenta:
a) Esta antología no pretende en ningún momento ser representativa, sino tan sólo ilustrativa. Afirmo categórica mente que no existen las antologías representativas, a menos que sean efectuadas sobre textos históricos, o, utilizando una palabra bastante degradada, clásicos. Todo lo demás no son más que simples aproximaciones subjetivas.
b) Esta antología refleja, inevitablemente, los gustos per sonales de su creador, y soy consciente de ello, y lo admito con pleno conocimiento de causa, tanto en lo que pueda te ner de bueno como de malo.
Y
c) Lo más importante, la principal razón de ser de esta antología, la que ha motivado su aparición, ha sido la pre tensión de ofrecer en lengua española una serie de textos inéditos cuya temática o estilística los sitúan más allá de los cánones clásicos por los que se juzga, a la ciencia ficción tradicional (de ahí su calificativo de no euclidiana), desarro llando al mismo tiempo un panorama global de los derroteros que ha seguido el género en su camino desde una concepción clásica (la ciencia ficción) hasta una concepción experimen tal (la ficción especulativa), a la que me adhiero totalmente.
En confianza, debo decirles que, ante el producto acaba do, me siento satisfecho del resultado obtenido, aunque ello pueda parecer una imperdonable inmodestia. Lo único que espero ahora es que el éxito que pueda tener este intento me permita, en un futuro, elaborar otros trabajos semejantes, enfocados cada uno de ellos bajo una órbita distinta. Since ramente, creo que son necesarios. Hasta ahora se ha hecho muy poco en España en este campo. La profesión de antologista (el editor norteamericano al que antes me he referido) ha permanecido desconocida en nuestro país durante muchos años, aunque últimamente los editores empiezan a darse cuenta de su necesidad. No pretendo erigirme en pionero en este campo: simplemente, he aprovechado la oportunidad que se me ha ofrecido de dar un primer paso que a otros (quizá más cualificados que yo) aún les está vedado. Me gustaría que cundiera el ejemplo. Nada estimula más que la compe tencia.
Domingo Santos.
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